CULTURA


Dan detalles de Iquitos: la ciudad estrella de la Amazonia peruano



Fecha: 16/11/2017   13:03

- La ciudad más importante de la Amazonía peruana es una falsa isla que guarda vestigios de la próspera era del caucho y se mueve al ritmo frenético de los mototaxis


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Lo primero que impacta de Iquitos es la humedad: una masa densa que se adueña del cuerpo ni bien se pone un pie afuera del avión. Lo segundo, el culto al pollo. En una ciudad con calles de tierra y asentamientos precarios, los restaurantes que lo sirven de múltiples formas se levantan como templos de sillones vip y luces de neón. Lo tercero, el flujo luminoso de los 45 mil mototaxis que inundan las calles de la metrópoli más grande de la Amazonia peruana, uno por cada diez habitantes. A "la Venecia de la Amazonia" solo se llega por agua o aire. Por eso florecen estos híbridos: traer un auto es caro y el viaje en barco desde la ciudad de Yurimaguas lleva tres días. Willy Herrera maneja el suyo desde hace 20 años. Era comerciante hasta que decidió transformar el hobby en trabajo y sumarse a una competencia feroz que ya involucra a "tantas personas como mosquitos en la selva", donde los adelantos furtivos y el robo de pasajeros son la comida diaria.

Willy explica que estos vehículos (tuneados con logos de los Transformers y dibujos de Los Simpsons) tienen partes chinas o tailandesas, ensambladas en Perú y vendidas a 5.700 soles, unos 1.700 dólares. Fueron una idea del ingeniero y corredor de motos Octavio Mavila, que cuando abandonó la actividad transformó su moto para hacer paseos desde los hoteles. Una empresa japonesa se dio cuenta de que iba a dar dividendos y empezó a fabricarlos en serie. El formato pasó de los dos a los tres asientos, se agregaron ventanas y se hicieron pruebas hasta llegar a los modelos de hoy, con armazón y lona traseros. El sistema se popularizó rápido en una ciudad donde los colectivos con carrocería de madera (más conocidos como "troncomóviles") están colapsados. El tour es vertiginoso y movedizo. Willy hace un recorrido por un boulevard de bares y mesitas a la calle, la Plaza de Armas y su catedral neogótica y se puede ver el esplendor de las casas azulejadas de la era del caucho. Cuenta que la Plaza 28 de Julio -con las copas de sus árboles cortadas como discos- acá es conocida como "plaza de las grandes mentiras", porque es donde vienen los políticos en campaña. Y nos explica que los iquiteños viven de lo que crece en la ribera: plátano, yuca, arroz. Con la baja del precio del petróleo, la actividad maderera, el comercio y el turismo fueron ganando espacio.

Iquitos tiene un pulso intranquilo, con prestadores turísticos al acecho y gringos que tomaron -o tomarán- la carretera hacia Nauta, donde probaron -o probarán- ayahuasca en busca de un estado superior. Las chicas usan pantalones holgados. Los chicos, musculosas y ojotas. Muchos se tatuaron deidades hindúes en la espalda o la muñeca. Locales y visitantes se mezclan en el Malecón Taracapá, la costanera intervenida por una vegetación invasiva y arrogante. El paseo va revelando estatuas de los héroes locales -educadores con libros, luchadores con escopetas- y homenajes a "la misión de evangelio y la dignificación de la persona humana", además de las tres hileras de casas que están entre la calle y el río, algunas elevadas con pilotes para capear las inundaciones. Ahí abajo, un barco de pasajeros, gigante y oxidado, quedó encallado en una pose apocalíptica.

Secretos de la Amazonia

Iquitos: cómo es la ciudad estrella de la Amazonia

Antes del hombre blanco, la ciudad estaba habitada por los ikitu, obligados a incorporarse a las misiones jesuíticas. La ciudad empezó a hacerse famosa desde fines del siglo XIX, cuando se convirtió en el primer puerto fluvial del Amazonas peruano y un centro cauchero neurálgico. Se expandió y diversificó: a los asiáticos que habían llegado como comerciantes (los rasgos orientales siguen muy presentes en los biotipos y en la personalidad urbana) se sumaron colonias europeas. El insumo para los vehículos a motor ayudó a crear grandes fortunas y excentricidades como la Casa de Fierro, diseñada nada menos que por Gustave Eiffel. Todavía se la puede ver en una esquina céntrica, plateada y con un aire de precariedad leve. El final de esa fiebre también fue cinematográfico. El explorador británico Henry Wickham se robó 70 mil semillas del árbol Hevea brasiliensis y las contrabandeó al Jardín Botánico Real de Kew, en Londres, desde donde fueron despachadas a Malasia y otras regiones tropicales. La producción se había ido de la región para siempre.

Partiendo desde el malecón, Jorge -un profesor de colegio- ofrece un segundo mini-tour en el que, además del paseo, gentilmente ayuda a los visitantes a detectar las iguanas que se mimetizan sobre las ramas de los árboles. La primera parada es la Casa Prefectural, esplendor decimonónico con floreros, mesas y sillas trabajados en caoba. En el balcón del segundo piso se filmó una escena de Fitzcarraldo (Brian Sweeney Fitzgerald quiere encontrar una nueva ruta fluvial e instalar una ópera en medio de la selva), con los protagonistas Klaus Kinski y Claudia Cardinale con el río de fondo. La película que hizo famoso al bávaro Werner Herzog implicó un rodaje delirante, con el cruce (real) de un barco (real) de 320 toneladas por la ladera de una montaña. Al lado funciona el Museo de la Cultura Amazónica. Llaman la atención las estatuas que representan los pueblos locales, con sus protagonistas en poses guerreras, musicales o familiares. También el "salón besamanos", con su enorme espejo, mesas y sillas talladas, el lugar que usaban los gobernadores para impresionar a las visitas protocolares.

Los que busquen un color más actual y una experiencia 100% local pueden llegar hasta el mercado de Belén, un bombardeo a los sentidos donde las amas de casa hacen sus compras y los puesteros compiten por la atención del transeúnte. Bajo el aroma omnipresente del cilantro, se avanza entre callejuelas irregulares, evitando carretillas y esquivando a los clientes. Entre cumbias y DVDs piratas desfilan patas de gallina, cabezas de cerdo y tripas de pescado. Otros exotismos capturan la atención con menos trauma: el pescado doncella, atigrado en blanco y negro (10 soles o tres dólares, se cocina como filet o se prepara en ceviche); el ají dulce y su promesa explosiva (6 por un sol, para salsas o escabeche); el juane, arroz envuelto como humita, a 2,5 soles. Laura Inuma Tello lleva cuatro décadas vendiendo las hojas de bijao, una palma gigante que conserva los sabores de cada preparación. Mientras sus compañeros atrapan a un ladrón de escobas, cuenta que trabaja para educar a sus hijos y recuerda algunas historias de justicia por mano propia.

De noche, Iquitos compone una escena picante y diversa, donde conviven las familias con las prostitutas, los gringos con los mendigos del casino Montecarlo, las señoras que venden globos con los señores disfrazados de Hombre Araña. Todo es como una gran kermesse. La Plaza de Armas es una burbuja en el tiempo. Las familias salen en masa en busca de helados y algodón de azúcar, los nenes se sacan fotos montando un caballo de juguete. Los visitantes observan curiosos y se dejan llevar por esta ciudad que no quiere dormir, porque tiene mucho para contar.

Si pensás viajar...

Una de las calles que rodean la Plaza de Armas de Iquitos
Una de las calles que rodean la Plaza de Armas de Iquitos. Foto: Sebastián Pani
Dos noches en Iquitos antes de seguir viaje a la selva bastan para recorrer este umbral del Amazonas donde, a finales del siglo XIX, surgieron arquitecturas espléndidas gracias a la fiebre del caucho. (APFMercosur)


Fuente:  Iquitos, 16 nov (APFMercosur)









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